En
los tiempos de las redes y todas las “ciber” versiones
circulantes, conocer a alguien se simplifica por un lado, y se complejiza a la
vez, mientras que algunos otros puntos permanece incólume al cambio de los
tiempos.
Se
simplifica porque curiosear el Facebook, detenerse en su Linkedin, disfrutar (o
padecer) las imágenes de su Instagram, ver con qué frecuencia se conecta a su
Whatsapp, nos permite acceder a mucha información de la persona que vamos
a conocer aún antes de que nos la presenten. Se complejiza porque se
termina volviendo como en uno de esos negocios de ropa que tienen tantos, pero
tantos productos exhibidos que termina empalagando porque todo parece igual. Y
hay otras cosas en las que son como siempre, las emociones siguen imperando.
Son
las emociones las que en definitiva siguen siendo lo que define el accionar, el
paso a seguir de cada uno. Si bien podemos comprender lo que ocurre, establecer
vínculos causales al respecto de lo que pasa (o nos pasa), lo que sentimos
es lo que va a determinar nuestro accionar. Y lo que sentimos está teñido
también de lo que interpretamos que siente el otro de acuerdo a las actitudes
concretas que nos muestran. Pero hay una realidad innegable que se
termina imponiendo. Si es tanto sobre lo que hay que armar una estrategia, una
logística, sembrar dudas, plantear claros oscuros, si tan retorcido y pensado
tiene que ser el camino, sepamos que simplemente, NO ES.
La
relación fluirá consistente, auténtica y con una sinergia interesante cuando
haya coincidencia de valores profundos, acompasamientos con el otro desde un
sentir profundo y cuando más allá de la voluntad, exista el sentir íntimo que
habilita para que seas más consciente de tu disponibilidad interna para tener
una historia de amor,
La
importancia de las emociones en la vida en general y en el amor en particular,
es decisiva. El tema es que de acuerdo a cómo, cuándo, cuáles, dónde, por
qué y para qué se muestran unas (y no otras) emociones, se empiezan
a poner en juego diferentes situaciones, muchas veces desviando la
verdadera intencionalidad de la conducta. En otras palabras, mostramos
emociones que no son las que auténticamente sentimos por miedo a que si
mostramos la verdadera, esto nos perjudique a los ojos del que tenemos
enfrente. Además, el temor o las suspicacias no son sólo respecto a los demás,
sino a nosotros mismos, en particular respecto a nuestra autoimagen. El
miedo a no poder regular las emociones, que sean disruptivas para uno o para el
entorno es algo muy temido y una poderosa razón para no mostrarlo abiertamente.
Conocer
las emociones es conocerse a uno mismo. Conocerse a uno mismo, nos posibilitará
saber qué nos pasa y cómo esto afecta al entorno. Está vinculado a la
autoestima, a la madurez y por supuesto a los vínculos (de distinto tipo) con
las demás personas de nuestra realidad.
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