En mi fascinación por la novela influyó
mucho que el asesino (porque se trata de un policial, y de uno de mucha
acción) viviera exactamente a 100 metros de mi casa. Marcos situó parte
de la trama en Los Castores, en un caserón que tiene un panic room, una
habitación de acero, blindada, para protegerse de ataques exteriores. Lo
que él no sabía, según me dijo, es que en el barrio hay realmente una
vivienda así, construida por un extraño personaje que vivía allí con 4
guardaespaldas, según cuenta la leyenda. Y que está muy cerca del sillón
donde yo seguía, línea a línea, la trama de “Te sigo”, sin poder ni
acercarme a la pileta pese a que hacían más de 34 grados. La gelidez del
alma de aquel a que llaman Macchiavelo, el personaje maldito, me
llegaba en forma directa.
Marcos Pereyra conoce muy bien la zona.
Vive en Laguna del Sol desde 2004. Es abogado, con un master en la
universidad de Michigan. Comenzó a los 17 en Tribunales. Trabajó también
en Nueva York. Durante 10 años ocupó una alta gerencia de la filial
porteña de un banco europeo. Ahora hace asesoramiento corporativo. Pero
su pasión es la literatura, escribir. “Me gusta, le dedico mucho tiempo,
me va más o menos bien, vendí libros, me leen; aunque no da para vivir,
me gusta que lo que hago tiene repercusión, que la gente me conozca”,
dice, con tono calmo, casi tímido, ahora, con 46 años.
Es que para difundir su trabajo
literario ha hecho mucho esfuerzo. Comenzó con un blog
(www.2teclas.com), hace cinco años, publicando sus primeros cuentos. Lo
apoyó con una cuenta en Twitter (en la red es @Nippur), donde llegó a
sumar más de 10.000 seguidores, incluyendo a muchos escritores,
críticos, periodistas. Luego ganó un concurso de la revista literaria
Oblogo. Eso le dio un nuevo impulso. En 2013, vino el desafío de
escribir para la revista Orsai, que se hace entre Buenos Aires y
Barcelona.
“A Marcos Pereyra le gustaba jugar al
Black Jack, pero lo había dejado. Como somos muy malas personas, lo
enviamos a Atlantic City con viáticos, para que le vuelva el vicio”, fue
la presentación de su texto en Orsai, que se tituló, claró, “Black Jack
en Atlantic City”. “Yo estaba en New York, trabajando, y me propusieron
que me pasara 24 horas en un casino. Fui a Atlantic City un día de
enero, con mucho frío, acaba de pasar el huracán Sandy, había poca
gente, la mitad estaba cerrado. Y de eso escribí, la experiencia de
estar todo un día jugando, mirando la gente, comiendo, algún rato
durmiendo. Fue algo raro, incluso como experiencia personal. Fue un
relato largo, de varias páginas”, cuenta. Es realmente impactante la
repercusión que el texto tuvo en la revista: puede verse en
www.editorialorsai.com.
Pero en medio ya había aparecido su
primera novela, “Te Sigo”, publicada en 2012 por Libros del Zorzal. El
Nuevo Delta aparece allí todo el tiempo. Macchiavello, el seudónimo con
que todos conocen al asesino, describe su llegada a Nordelta. “Me gusta
la ilusión con que la gente se muda a este tipo de lugares –dice en el
capítulo 14-. Se sienten prósperos como si fueran los dueños de
Microsoft y seguros como si vivieran en Suiza. Ilusos. Su confort y
estabilidad depende de que sigan cobrando los miserables suelditos (…). Y
su seguridad, ¡je!, esa sí que es buena, su seguridad es tan frágil
como la vida humana misma y existe sólo porque a nadie le interesa
meterse con ellos”.
“Algo duro con los vecinos de la zona,
no?”, le planteo a Marcos, recalcando que además el asesino vive en Los
Castores y su contrafigura, el bueno de la historia, en Colegiales. “Es
la visión del asesino, del malo –responde-. Es el mismo tipo que llama
‘paraguaya’ a su mucama y la mata. No estoy de acuerdo con él, lo
critico. Yo vivo acá, en estos barrios, creo que tienen un lugar, me
encantaría que no existieran los barrios cerrados, pero hacen falta”.
Eso queda plasmado más adelante, en el
capítulo 38, cuando el mismo asesino sale perseguido de Nordelta. “No,
basta de barrios privados y basta de Puerto Madero –dice mientras maneja
a toda velocidad su Mercedes Benz 500-. La modernidad no es para mí. La
próxima vez volveré a Recoleta, donde los violadores y asesinos pueden
caminar por la calle con tranquilidad (…) Lo de Nordelta no fue una
buena idea”.
Quizás porque Marcos vive aquí, el mayor
acto de justicia del libro (la muerte de uno de los varios personajes,
por respeto a quien no lo leyeron no diré de quien) también sucede en la
zona, más precisamente en Acceso Bancalari, cerca del puente, a metros
de la casa del autor. Cosas de la vida. Como que el libro trata también
sobre un padre y el asesino de una de sus hijas. Marcos tiene hijas. Se
conectó con el peor de sus miedos para poder escribir esta novela.
Cuando nos reunimos, estaba concentrado
en un largo artículo para la revista Noticias. Le encargaron que
escribiera sobre Los Espartanos, un equipo de rugby formado por presos.
“Es complicado, por donde estoy, por ser abogado, pero es un desafío que
me gusta. Ellos están en la cárcel de San Martín, sobre el Camino del
Buen Ayre, aquí cerca. Los fui a ver, los vi jugar, es una experiencia
muy interesante, los que participan en el proyecto tienen cero
reincidencia cuando salen de prisión. Tal vez luego de cortar el texto
para la revista lo vuelva a trabajar para algo más largo, tal vez un
libro”, cuenta.
El año pasado, en tanto, salió publicada
la segunda novela de Marcos, “Contra el rumbo”. Es una historia de
periodistas, uno de TV, otro de radio. “Es que tanto ir a canales, a
estudios para las notas de mis libros, empecé a observar el ambiente, la
gente, los espacios”, señala.
Este libro lo publicó Galerna. Lo
presentó en la Feria del Libro del año pasado. Juan Pablo Varsky,
también antiguo vecino de Nordelta, y Florencia Etcheves, a quienes
Marcos conocía de las redes sociales, habían leído la novela, y fueron
los presentadores en esa ocasión.
La novela también, como la anterior, es
un policial, pero con periodistas en el medio. Un tema, para mí, tan
atrapante como el del asesino que vivía a una cuadra de mi casa. El
libro está ahora sobre el escritorio, mientras escribo esta nota. Me
llama en forma silenciosa. E insiste. Perdón, los dejo. Me voy a leerlo.
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