Semana Santa
en La Rioja
Esta semana santa, la Rioja invita a
conocer las maravillas de su tierra. Un
tiempo ideal para conocer nuevos
destinos y descubrir paisajes únicos,
encantarse con la calidez de su gente,
deleitarse con sus aromas y sabores y
vivir de cerca la mística de sus
festividades más ancestrales.
Si de
descanso se trata, el circuito de los
pueblos de la costa, al pie del Cordón
de Velazco, es el recorrido ideal.
Las
Peñas, Chuquis, Villa Sanagasta,
Anillaco, Aminga , Anjullón, entre
otros. Una seguidilla de pequeños
poblados, que rebosan de calma y donde
el tiempo transcurre silencioso. Paisaje
de caseríos sencillos, con antiguas
iglesitas que sobreviven estóicas a las
épocas; donde abundan los nogales y los
olivos y
los árboles frutales ofrendan
generosos sus frutos maduros para la
elaboración de deliciosas mermeladas
artesanales. Es además zona de viñedos,
con producción de vinos finos y también
reconocidos pateros. Su excepcional
microclima, la convierte en un área
privilegiada, que ha sabido captar la
atención de los riojanos capitalinos,
como refugio de fin de semana.
Además del descanso, ofrece la
posibilidad de realizar gran cantidad de
actividades al aire libre como trekking,
mountain bike, cabalgatas y distintos
circuitos de aventura en 4x4 por los
valles.
En la misma zona de la Costa y durante Semana Santa, se realiza el culto al Señor de la Peña. Una de las celebraciones más emblemáticas de la provincia, que congrega a peregrinos de todo el país. En la zona de Barreal, en el departamento de Arauco, al noreste de la capital, en el lecho reseco de una antigua laguna; en medio de la nada, se erige monumental una roca. Su particularidad, que uno de sus lados, de 12 metros de altura, se encuentra naturalmente tallado con un claro perfil humano.
Se trata de un enorme desprendimiento rocoso que se cree perteneció al Cordón de Velazco y cayó allí, producto tal vez, de un terremoto. Su origen responde a tiempos lejanos, ya que se sabe, que ya los indios lo veneraban, como a un dios protector de la montaña y la caza.
Identificado luego con la figura de Cristo, por los conquistadores, el lugar se transformó en un centro de fe. Convoca a miles de devotos que especialmente cada viernes santo, le rinden culto permaneciendo en vigilia a la luz de los fogones.
Chilecito es otro de los referentes
turísticos de la provincia. Con un
pasado de gloria, producto de la
explotación de la mina de oro, La
Mexicana; todavía hoy, la ciudad
conserva ese halo de pujanza. Uno de sus
atractivos más imponentes es la fantástica
obra de ingeniera que representa el
Cablecarril.
Construido a principios de siglo para transportar el mineral desde los socavones de la mina, trabajada originariamente por los aborígenes, hasta la estación del ferrocarril en Chilecito. Sus 35 kilómetros y 9 estaciones enclavadas en lo alto de la montaña, hasta más de 4.000 metros de altura, deslumbran con sus vistas espectaculares.
Circuitos de trekking
recorriendo las distintas estaciones,
entre valles de verde profundo y arroyos
cristalinos; o travesías en 4x4,
adentrándose en el corazón mismo de la
mina, son parte de la oferta.
Para quienes van en busca de
historia, Tamberías
del Inca, las ruinas de un antiguo
asentamiento indígena que poblaba la
zona, es una parada obligada en el
camino.
Cerca de allí, la Cuesta
del Pique, un paisaje de subidas
y bajadas en caracol que alcanza los
3000 metros en su parte más alta y debe
su nombre a un área distintiva por el
cultivo de nogales.
Un sitio que merece ser descubierto, es
la reserva natural Quebrada
del Cóndor. En el extremo sur
riojano; partiendo desde Tama, a 180 km
de la capital riojana, hasta Sierra de
los Quinteros; allí se hace base en el
puesto rural de Santa Cruz de la Sierra.
Desde allí y luego de una cabalgata de 4
km, en los que se atraviesan pequeños
arroyos y vertientes que se abren paso
entre las enormes piedras de granito, se
alcanza el peñón rocoso que oficia de
mirador a un espectáculo sin igual, a
1800 m sobre el nivel del mar.
Un
paraíso natural, que dada su recóndita
geografía, resguarda y alberga un
centenar de cóndores que planean en
sigiloso ritual, a escasos metros de los
visitantes. La experiencia al borde del
acantilado con las majestuosas aves en
vuelo rasante, es abrumadora.
No
sólo los sonidos, los colores y la
magnificencia del lugar embelesan los
sentidos, también los aromas y lo
sabores encuentran aquí el mejor sitio
para confluir en una
sabrosa cazuela de cabrito de los
llanos, carne de destacada producción en
la región.
Si
la estadía es de algunos días, el
avistaje se puede combinar con circuitos
alternativos, como la pesca de truchas
en unos piletones de agua cristalina
cercanos o la visita a pinturas
rupestres de antiguas civilizaciones.
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