miércoles, 19 de marzo de 2014

La historia de la ciudad de Boulogne





La historia de la ciudad de Boulogne en el partido de San Isidro, es muy simple: un vecindario que se forma alrededor de una estación del Ferrocarril Central Córdoba; que antes era campo con población diseminada. La estación ferroviaria fue oficialmente habilitada el 1-9-1912 y así, ésta resulta la fecha de fundación de la aldea, que ahora es ciudad, y el edificio de la estación fue su piedra fundamental; pero como aquel edificio original fue demolido para hacer uno nuevo, solo ha quedado como elemento del hecho fundador, la campana, que por suerte y a pedido de los vecinos e instituciones aún se conserva en el andén N°1, como si siguiera cumpliendo su función (ahora los trenes se despachan mediante un timbre).

Esa campana es en potencia “La Piedra Basal de la Ciudad de Boulogne”. Pero lo tremendamente histórico, ocurrió en el lugar antes de tener formas de pueblo, cuando era pampa auténtica, pampa del Fondo de la Legua. Fondo de la Legua era el camino y lo que estaba detrás de “las suertes” que el fundador de Buenos Aires, general don Juan de Garay repartió a sus hombres en San Isidro, las que tenían una legua de largo a partir de las costas del Río de la Plata (año 1950).

Y en ese Fondo de la Legua, que ahora es Boulogne, estaba la chacra de Los Márquez, cuartel de las fuerzas que reconquistaron Buenos Aires en 1806: con el general don Santiago de Liniers por jefe; con Pueyrredón, con Güemes, con Martín Rodríguez, con Trelles y con los Márquez … cuartel de los gauchos de la sublevación de las “Quarenta Leguas” de la campaña, el episodio cimentador en que se gestó la Patria, el distintivo celeste y blanco tomado del manto y la túnica de la Virgen de Luján, donde nació el gaucho como figura símbolo de la nacionalidad; y donde nació su canto: El Triunfo.

El histórico predio de los Márquez a la vera del camino del Fondo de la Legua, del lado oeste, se extendía desde lo que ahora es Boulogne, hasta Villa Adelina y de su secular edificación aún queda en pié: la casa principal en Virrey Vértiz 1053, el puesto “La Sebería” en Thames 121 y el puesto “La Glicina” en Blanco Encalada y Ramón Falcón.

Los Márquez, acaudillando el gauchaje de la zona formaron un escuadrón que combatió heroicamente a las órdenes de don Juan Martín de Pueyrredon en todas las acciones de la Reconquista, hasta el triunfo glorioso del 12 de agosto de 1806 en el que se venció incondicionalmente a los invasores ingleses.



Antecedentes Guaraníticos de la Población Sanisidrense

Cuando Juan de Garay, el 24 de octubre de 1580, repartió entre sus hombres las “suertes” o chacras de labranza, que tenían una legua de fondo a contar desde el río de la Plata, constituyó el primer asentamiento del hombre blanco (casi todos criollos del Paraguay, y solo diez españoles y casi ninguna mujer), acompañados de indios guaraníes que venían a su servicio. Al fondo de las “suertes” se hizo una huella que aún subsiste como camino; y a ese camino y a todo lo que estaba detrás se lo llamó Fondo de la Legua, poblado por indios guaraníes.

La falta de mujeres entre los conquistadores explica que la numerosa descendencia de los hombres de Garay y del propio Juan de Garay se debiera al contacto con las indias guaraníes. Por otro lado, los mbeguas o guaraníes de las rozas, eran gente bien organizada, trabajadores y pronto se mezclaron con los blancos, formando una sola comunidad.

Y bien, ése es el origen de nuestra población en aquel primitivo Pago de Monte Grande, luego Pago de la Costa y finalmente Pago de San Isidro (también era labrador). Y aquellos guaraníes, aquellos paraguayos hijos de madre india que trajo don Juan de Garay, y los mbeguas que habitaban la zona, no se evaporaron: vivieron, se reprodujeron y su sangre guaranítica vive, en gran parte en el núcleo fundamental de la población sanisidrense. Esa descendencia puede darse en el caso de que hoy tenga un apellido extranjero por la mezcla en distintas generaciones. Y también es posible que muchos casos ignoren su propia ascendencia guaranítica, por la sencilla razón de que el común de la gente ignora su ascendencia más allá del abuelo.

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